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Mis aprendizajes y vivencias en la Escuela de Comunicación
Joaquín Correa, el mejor egresado de la Escuela de Comunicación Social del último año, comparte en este blog su experiencia en la carrera de la cual está a punto de graduarse.
Quizá para muchos llegar a la Escuela de Comunicación era un anhelo de varios años; no obstante para una gran parte de estudiantes, donde me incluyo, entrar a Comunicación era dar un paso incierto. Luego de terminar el bachillerato como tantos otros jóvenes, no sabía qué hacer en mi vida. No se me ocurría nada más que ir a la Universidad y conseguir un título; pero ninguna carrera me convencía. Sentía cierto gusto por las ciencias sociales y por descarte terminé en Comunicación Social.
En fin, son diversos los motivos y circunstancias que hacen que alguien entre a la Escuela de Comunicación Social. Sea cual fuere la razón, todos entramos con la esperanza de superarnos y alcanzar una meta. Y al ingresar en ese pequeño y apartado edificio de ladrillo visto, uno se encuentra con un mundo muy particular, divertido y ecléctico, donde es fácil encajar pues toda diversidad es admitida y aceptada. Esta diversidad se refleja en las ideas y pensamientos de alumnos y profesores, los gustos e intereses tan variados que tenemos, así como nuestras formas de expresarnos. Somos un grupo tan heterogéneo que ha encontrado en las diferencias una fortaleza.
Una muestra de esta diversidad a la que muchos denominan “rareza” es la obligación que tenemos, al menos una vez al año, de hacer el ridículo. Uno nunca espera disfrazarse en la Universidad, lo que no pasa en Comunicación gracias a la Pampa mesa, donde no solo hay que usar un traje sino también planear una presentación artística. Llega el momento lleno de risas y burlas donde aflora la creatividad y el compañerismo, y demostramos que somos capaces de reírnos de nosotros mismos. Por más que se trate de una mofa todo debe estar organizado y planificado, el curso que no lo haga se gana un carajazo como nos pasó a nosotros.
Otra experiencia que marca el paso por la escuela Comunicación Social son los Tinta Tinto. A lo largo de la carrera, tarde o temprano, uno se cansa del mismo ambiente, de los mismos compañeros y profesores, de la misma rutina. Entonces llega el Tinta Tinto para inspirar y conmover a través de las experiencias de varios profesionales de la comunicación. La ceremonia de clausura es una de las fechas más esperadas en toda la Escuela y tiene bien merecida su fama, es nuestra noche de gala.
El espacio donde la Escuela funciona es reducido, las gradas se taponan de estudiantes en los cambios de hora, los pasillos son estrechos y quienes son altos tienen que agachar la cabeza para caber. Más allá de las limitaciones físicas, con el paso del tiempo este entorno se vuelve familiar y hasta acogedor. En este lugar donde casi todos los visitantes se sienten incómodos, hemos sido capaces de generar un ambiente cómodo y amigable que muchas aulas amplias y bonitas no pueden tener.
Desde otras carreras nos miran, y se preguntan ¿Cómo es posible que nos llevemos y conozcamos entre todos? Estar apartados del resto nos hace más cercanos, más amigos. Tampoco comprenden el trato cercano e informal entre alumnos y profesores, por lo que se asombran y dicen: “Parecía que hablaba con los panas (Caty González), total ha sido la profe”.
Lo que se aprende en la Escuela de Comunicación Social va más allá de meros conceptos, teorías o conocimientos. A lo largo de la carrera se transmiten varios valores que nos enseñan a ser personas de bien que aporten a la sociedad. Del Doctor Encalada, por ejemplo, me queda la puntualidad y responsabilidad; de la Ceci, su comprensión y empatía, pero también esa firmeza ante la mediocridad e injusticia; de la Caro, su pasión y dedicación por lo que hace; al igual que Matías, las ganas y energía que pone en cada clase. Hace falta gente que le ponga ese empeño a su trabajo. De Oscar me queda su precisión y la búsqueda de excelencia en cada detalle por más mínimo que sea. De Natalia, su chispa y viveza.
Ninguna de estos valores fue impartido como una cátedra, porque se han transmitido a través del ejemplo de los profesores. Esto confirma lo que decía Howard Hendricks: "La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón." Y vaya que las enseñanzas de la Escuela de Comunicación dejan huella.